«Los momentos que te hacen feliz, como la lectura, me hacen a mí más feliz aún. Te quiero siempre con un libro entre tus manos».
Besos de mamá, reyes 2025


Ella cree que le faltan palabras para transmitir el amor como, supuestamente, lo hago yo a través de mis textos. Y digo supuestamente porque en demasiadas ocasiones me quedo a medias buscando el término perfecto o la idea original y nueva que termina tapando el sentimiento primario y sencillo del amor.
Releo la dedicatoria que mamá escribió en el último libro de
y sé que podría llegar a borrarse la tinta pero nunca la sencillez del mensaje. Nunca el amor de una madre —la mía—por una hija —yo—.«No sabía entonces, porque casi nunca sabemos lo que ocurre mientras ocurre, que no solo no olvidaría aquel gesto, sino que lo repetiría años después con mis hijos, ante el Poseidón del museo de Atenas, viendo final de Muerte en Venecia, ante el sepulcro de los Medici. Ningún gesto de amor es final, una mano se posa sobre otra que se posa sobre la de alguien que ni siquiera ha nacido todavía, que no conocerá tu nombre, que no sabrá nada de tu paso por la tierra; algunos gestos se repiten y se prolongan en el tiempo, se contagian y se copian, se aprenden, se atesoran y se heredan».
Del capítulo El Gran Teatro del Liceo, pág.47
Este es el segundo libro que leo de la autora. O más bien debería decir devorar: dos noches en el metro me bastaron.
La primera vez fue en Las palabras justas. Había escuchado su nombre, había leído algún artículo, incluso alguien me había recomendado otro de sus libros: También esto pasará (que nunca he leído). Sin embargo, descubrir su escritura fue algo fortuito. El título me llamó la atención desde un estante en una vieja biblioteca, lo cogí sin abrirlo ni leer la sinopsis. No sabía que era un diario hasta que lo abrí unos días más tarde.
Para la tercera página ya fue tarde, me había enamorado.
No muchas hojas después, el sentimiento ‘perfecto de amor’ empezó a quebrarse y se coló algo indomable: la tirria.
Esa manía infantil hacia algo o alguien que no atiende a razones y que te hace de espejo mostrándote todo: lo que quieres ver y, por supuesto, lo que no. Sobre todo lo que no quieres observar.
Ella escribe, yo escribo. Ella publica, yo no. Ella está viva y yo también.
¡Qué rabia! Es mucho más fácil leer a gente fallecida —o muy mayor— porque son casi inmortales y se les puede perdonar todo. Nada de odios ni envidia por ser —o parecer—quien tú quieres ser.
Ensayo general ya no cayó en mi regazo de manera fortuita. Lo incluí en mi lista de deseos navideños porque había escuchado que eran capítulos que funcionaban casi como entradas de diario y formaban un puzzle vital. Capítulos breves que seguían respondiendo a las cuestiones más livianas y profundas: la alegría, el dolor, la pérdida, los recuerdos, los anhelos…
Entre Las palabras justas (leído en noviembre de 2022) y Ensayo general (leído en marzo de 2024) he cambiado de ciudad, de trabajo, incluso de amigos. Lo que no ha cambiado es mi tirria con esta escritora, el amor por mi madre ni por la literatura que parece no hablar de nada mientras habla de todo.
Las formas cambian, el fondo no tanto, aunque finjamos que sí.
«Pensé que en realidad tal vez todo debería ser siempre como un ensayo general, cuando estás listo y preparado, con el deseo de hacerlo lo mejor posible, pero todavía quedan algunas horas para rectificar».
Del capítulo Ensayo general, pág.150