TIEMPO EN PENSAMIENTO: 365 días.
TIEMPO DE ESCRITURA: una hora recordando y recopilando información sobre la reflexión que ya había hecho con amigas y familia en su día + una hora escribiendo el borrador inicial + dos horas dándole forma y sentido hasta llegar a las 777 palabras finales. Total: cuatro horas.
TIEMPO DE LECTURA: entre 5 y 6 minutos.
TIEMPO DE REFLEXIÓN: depende del punto personal del que partas con tu autoestima y lo que te apetezca explorar el poder de tomar decisiones y no dejar que otras personas las tomen por ti.
Hace un año que no voy a la peluquería.
Hoy reflexionamos sobre autoestima, tomar decisiones y lo importante que es preguntar y respetar la opinión de la persona que tienes delante.
La anécdota:


«¿Te vas a cortar mucho el pelo?», me preguntó mi pareja antes de salir por la puerta. «Claro, está larguísimo así que diez o doce dedos. Aunque seguirá siendo una melena larga, no voy a volver con un cambio radical».
Ingenua yo…
Imagina una peluquería de barrio donde la media de edad supera los sesenta años. El centro lleno de señoras con sus tintes y cardados. Sin prisa, esperando entre secadores y revistas de Diez Minutos y Pronto.
Por fin me toca a mí.
—¿Qué te vas a hacer? ¡Qué melena más larga!
—Con unos diez dedos, a la altura del sujetador, bastará. Así lo saneo un poco pero quiero que siga siendo largo y manejable.
Estoy frente al espejo y mientras me cepilla el pelo mojado me pregunta si lo quiero donar. Le confieso que lo había pensado pero que no sé cuántos centímetros son ni dónde tendría que llevarlo.
Sigue cepillándome mientras me cuenta una historia sobre una mujer que había ido un par de días antes con una trenza larguísima para donar. Me explica que ellas no se encargan de esas cosas pero como era muy mayor iban a hacerle el favor. Llevarían el cabello al hospital, por supuesto, «que esos sitios donde hacen pelucas y las venden a niños con cáncer son estafas y nosotras estamos en contra…».
Espero que respire en algún momento y me cuelo rápido en su pausa para preguntar:
—Entonces, si dono mi pelo, ¿lo podéis llevar vosotras también? Y, ¿cuántos centímetros hacen falta?
La respuesta llega en forma de acción antes de que me dé tiempo a reaccionar.
—Yo creo que por aquí vale —dice la peluquera mientras me corta el pelo.
Intuyo lo que pasa pero no soy consciente hasta que veo mi largo mechón en la bandeja plateada.
¿Qué acaba de pasar?
Y ahí me ves a mí, intentando entender la situación mientras veía a dos señoras en el reflejo del espejo observándome con los ojos muy abiertos.
¿En qué momento había expresado que quería hacerme tal corte? Yo no había dado mi consentimiento.
Trago saliva, no hay marcha atrás. Le digo que, por favor, termine el corte recto para que al menos pueda cogerme un moño sin que se salgan todos los pelos.
Mientras me seca el pelo añade:
—Te he hecho un par de capas más cortas, es más arriesgado pero te queda bien. ¡Muy guapa!
Porque usted lo diga, señora…
Todas las mujeres presentes me miraban. La mayoría callaban, ojalá haber podido escuchar sus pensamientos. Las que se atrevieron a dar su opinión expresaron un par de piropos y solo una exclamó: «Vaya corte».
La reflexión:
Sabía que el pelo crecería y que, objetivamente hablando, el nuevo corte me quedaba bien y lo que me faltaba era acostumbrarme. Pero…
¿Qué derecho tenía la peluquera a meter la tijera?
Aquel día me reí, atravesaba circunstancias más vitales que un corte de pelo. Sin embargo, el enfado y la indignación aparecieron igual.
¿Era ella consciente de la influencia que ejercía sobre mi aspecto físico? No sabía cuál era mi relación con mi pelo, mi cara, mi cuerpo o mi autoestima…
¿Por qué iba a saber la peluquera mejor que yo lo que me queda bien? No se trataba de cómo ella me percibiese, sino de cómo lo hacía yo misma y cómo podía afectarme ese cambio en mi día a día.
Y luego te dicen: «¡Pero si estás muy guapa!».
Sin embargo, no se trata de ser o estar guapa. Se trata de mirarte y reconocerte. De tomar tus propias decisiones y no tener que acostumbrarte a una nueva tú porque alguien decidió por ti lo que pensaba que era mejor.
Tardé varios días en reconocerme en el reflejo que me devolvía el espejo, los escaparates de la calle, las fotografías… La vida continuó, el pelo siguió creciendo y trescientos sesenta y cinco días después lo tengo a la altura que quería.
En 2024 mi melena se posaba por encima de mi hombro y el momento vital que transitaba estaba lleno de decisiones a medias. Anoche mi pelo se posaba sobre mi pecho y soy yo quien decide qué quiero.
Un corte de pelo radical es visible. Sin embargo, ¿cuántas pequeñas decisiones toman por ti? ¿Cuántas decisiones dejas de tomar por miedo a cómo será?
No decidir también es decidir.