TIEMPO EN PENSAMIENTO: hoy el texto ha surgido revisando mis últimas notas del móvil. Encontré un texto en el que mencionaba la valentía, recordé una frase que escribí en el reto de journaling de esta semana y el resto ha sido escribir reflexionando.
TIEMPO DE ESCRITURA: dos horas y media el primer borrador y una hora más de revisión y edición.
TIEMPO DE LECTURA: entre 5 y 6 minutos.
TIEMPO DE REFLEXIÓN: tantos miedos como afrontes, valiente.
Hace unos años me regalaron una pulsera que ponía VALIENTE. Me hizo muchísima ilusión el mensaje. Mucho más que la pulsera en sí misma, que no me puse y guardé enseguida. No me gustan las joyas con mensajes escritos.
¿Cómo voy a ir por la vida con semejante declaración en mi muñeca? Como si yo fuese valiente o, mejor, como si me lo creyese… Alguien puede decirte que eres valiente pero, ¿decírtelo tú a ti misma? ¡Qué osadía!
La pulsera —y mi valentía— estuvieron escondidas en diferentes cajones durante mucho tiempo. Esperando el momento perfecto para aparecer en escena. O en mi muñeca.
A veces sacaba aquel objeto de plata de su cajita de terciopelo y pensaba en el significado del adjetivo y me lo cuestionaba: ¿soy valiente? ¿Qué he hecho yo para merecerlo? Emperrada, como siempre, en tener que ganarme cualquier elogio, como si no lo mereciera de base.
Con su regalo, mi amiga me decía que creía en mí y eligió dejarlo plasmado en algo material. Así podría recordármelo cada vez que lo necesitase: «Eres valiente».
Según Mandela, la persona valiente no es aquella que no siente miedo, sino la que lo conquista. Muy bélica la frase —y muy manida también para mi gusto— sin embargo, esconde mucha simpleza y verdad.
También dijo Maya Angelou: «El coraje es la más importante de las virtudes porque sin coraje, no puedes practicar ninguna otra virtud consistentemente».
Yo añadiría que la persona valiente es aquella que avanza y continúa con el miedo en el centro. Este no desaparece, no hace falta conquistarlo. Sí vivirlo, atravesarlo y confiar en que quién está al otro lado seguirás siendo tú.
Un día me mudé y, ¿qué me llevé conmigo? La pulsera. Supongo que necesitaba seguir cuestionándomelo. La ingenua posibilidad ya tenía cierto poder.
Por supuesto, encontré nuevos cajones en los que esconderla —igual que mi valentía—, hasta que un día cogí un avión para dar una charla y metí la pulsera en el equipaje.


Aquel momento era importante y yo necesitaba reconocerme valiente. Valiente y capaz. Y así lució el regalo de mi amiga en mi muñeca por primera vez. Continué llevándola de vuelta en casa. Hasta que poco después se rompió.
Recuerdo perfectamente el sol dándome en la cara en la terraza de mi cafetería favorita mientras hablaba con otra amiga sobre lo vivido aquellos días:
—Ups, se acaba de romper la pulsera. No me lo puedo creer, ¿una mala señal? —exclamé.
—Se te ha roto porque ya no la necesitas. Ya eres valiente —contestó.
¿Ya soy valiente? Como si el adjetivo grabado en ese objeto de plata pudiese traspasar mi piel y quedarse ahí para siempre. Como si la valentía no fuese algo innato en el ser humano por pura supervivencia, aunque lo olvidemos todo el rato.
La valentía no es un instante que aparece modo eureka. La valentía se vive mientras atravesamos el miedo, sea cuál sea el resultado.
Así que sí, era valiente. No era la primera vez, ya lo había sido antes. Y lo sigo siendo ahora. Aunque se me olvide por temporadas, aunque necesite tiempo entre empujón y empujón.
Creo que llega un punto en el que no puedes sostener más lo que sea (un trabajo, una relación, un deseo, un dolor, una sensación…) y te lanzas a por otra cosa.
Simplemente, no puedes seguir evitándote.
Tu vida no tiene porqué cambiar radicalmente después de algunas decisiones valientes. Muchas veces el arrojo se cuela en acciones muy pequeñas, no tiene que ser un movimiento vital (aunque siempre lo es, solo que a veces tardamos en verlo).
Puedes ser la más feliz de la reunión. O no... Puedes, incluso, arrastrar un duelo después de alguna de estas decisiones valientes. Porque atravesar el miedo es despedirte de algunas partes de ti y eso merece su tiempo.
Dos años.
Ese es el tiempo que ha pasado desde esta anécdota y aquel viaje que sentí como un punto de inflexión, aunque no supiera hacia dónde iba entonces.
Ya no vivo en la misma ciudad y no sé en qué caja guardé la pulsera, aunque sí sé que ya no me cuestiono el mensaje.
No hay duda: he seguido siendo valiente.
Esta es una cualidad que no muere en un momento determinado; te acompaña a lo largo de tu vida, más o menos conscientemente.
Hoy elijo creer a mis amigas, dos mujeres increíbles y valientes que también me inspiran a proclamármelo yo misma.
Para terminar, te dejo con una pregunta que leí en algún lugar hace tiempo:
y tú, ¿en qué miedo descubriste que eres valiente?
Ojalá no te evites, lo atravieses y te des la mano al otro lado.