Antonio vivía con poco. Yo intento no perderme entre tanto
Sobre elegir menos en un mundo que nos empuja a tener más
TIEMPO EN PENSAMIENTO: ¿toda la vida?
TIEMPO DE ESCRITURA: tres horas.
TIEMPO DE LECTURA: entre 5 y 6 minutos.
TIEMPO DE REFLEXIÓN: tanto como practiquemos el minimalismo vital, el poder de decidir, renunciar…
¿Cuántos abrigos tienes? Tu madre seguro que alguno menos y tu abuela menos todavía. Y cremas, ¿cuántas gastas? Aquí quizás, depende de tu edad, tu madre gana, aunque tu abuela seguro que tiene (o tuvo) muchas menos.
Cada vez tenemos —y queremos— más y el tiempo en el que tus pertenencias básicas cabían en una maleta quedó atrás. Nuestros mínimos superan el peso que somos capaces de cargar con nuestras propias manos.
Hemos pasado de tener ‘lo justo para vivir’ a ‘tener la sensación de escasez aún teniéndolo todo’.
De la carencia a la sobreabundancia
«Los jóvenes podéis elegir, tenéis todas las opciones que queráis delante de vosotros, nosotros no teníamos más que la leche de las vacas del vecino, la rutina del campo y un conjunto de ropa para ir a misa los domingos», repite Antonio, un abuelo al que suelo visitar.
Como si tener posibilidades solucionase todos los problemas.
Más ruido. Más necesidad de silencio. Más tipos de harinas. Más intolerancias. Más libros. Más lecturas pendientes. Más rapidez. Más exigencias. Más productos sin gluten, sin lactosa… Más cara la cesta de la compra. Más ropa. Más esclavitud. Más tecnología. Más tontas.
Más opciones. Menos energía.
En esta era hiperconectada y consumista optar por `no necesitar nada` es una decisión consciente y contracultural. No es una elección o renuncia puntual, es una acción continuada en el tiempo.
Ahora abrimos el armario y tenemos dieciocho camisas para elegir mientras antes tenían apenas tres. Con las posibilidades reducidas el acto de decidir requería menos esfuerzo. Y menos consciencia también.
La capacidad de elección ha cambiado. Ahora requiere más.
Las necesidades evolucionan, el consumismo no se detiene y la publicidad nos empuja a desear más, empujándonos a cuestionarnos un día sí, uno no (el que estamos agotadas de trabajar y buscarnos la vida) y otro también.
Según la RAE, cuestionar es el acto de controvertir un punto dudoso, proponiendo las razones, pruebas y fundamentos de una y otra parte. A su vez, el verbo controvertir discute extensa y detenidamente sobre una materia defendiendo opiniones contrapuestas.
Vaya, estamos en permanente conflicto. ¡No sé a ti pero a mí me parece agotador!
Antes no te cuestionabas si tu decisión estaba bien o mal, era ‘lo que te había tocado vivir’. Y una cosa es vivir con poco y otra es vivir con poco teniendo todo al alcance y elegir no cogerlo.
Así que no te preguntabas si necesitabas más o menos o qué podías reducir para sentirte más ligera... No. Ahora vivimos en la rueda de hámster persiguiendo al ratón de las posibilidades mientras corremos intentando alejarnos de él.
Más tipos de dieta. Más dudas. Más muebles blancos con líneas minimalistas. Más casas iguales. Más podcasts. Más voces externas diciéndote qué hacer y cómo. Más armas. Más guerras. Más protocolos. Más trabas. Más inteligencia artificial. Mayor pérdida de reflexión. Más fotos. Más imitaciones.
Más opciones. Menos capacidad de elección.
Cada vez que Antonio compara su juventud con la mía algo se revuelve en mí. ¡Somos dos generaciones incomparables!
Escucho su discurso, nace de la escasez, del deseo acumulado por no tener… No practicaban el minimalismo, eran minimalistas por definición.
Antes el minimalismo era consecuencia. Ahora es resistencia. Antes no tenías opciones. Ahora eliges no tenerlas. El minimalista de antes no se preguntaba nada. No vivías con menos por filosofía, sino por realidad.
Las necesidades —y opciones infinitas— modernas complican esta práctica.
Renunciar en la era del exceso es incómodo, por muy bien que le venga la práctica del ‘menos es más’ a tu sistema nervioso. Slow life lo llaman también. Aunque ahora me pregunto: ¿es una elección o una renuncia porque no podemos tener todo lo que el mundo actual nos propone?
¿Será que el reto no es elegir entre tener o no tener, sino aprender a sostener el peso de todas las opciones sin olvidar quiénes somos debajo de tanto ruido?
No vivimos más ligeras porque tengamos menos peso. Vivimos más ligeras cuando soltamos la culpa, el ruido y esa ansia absurda de mejorarlo todo todo el rato.
Quizás ahí, en el silencio incómodo —ese que llega cuando dejas de escuchar tantos podcasts sobre cómo vivir mejor— empieza el verdadero minimalismo.
Mientras Antonio me habla de la leche fresca del vecino y yo intento decidir entre siete tipos de avena, solo puedo pensar una cosa: qué difícil es vivir simple cuando lo complicado está tan bien empaquetado.
Entonces, levanto mi vasito de vino mirando a Eustaquio y propongo un brindis:
«Por ti, por darme perspectiva y por mí, por el alivio que siento cuando decido que no necesito nada más que respirar hondo y no elegir nada por un rato».
Blan, lo peor, creo, es tratar de abarcar todas las leche de avena y descubrir que ninguna le da esa alegría que buscas al café con leche de la mañana. Que la solución no está en todas esas opciones que, hasta el momento, has consumido.